martes, 14 de febrero de 2017

LAS LUPERCALES. (SAN VALENTÍN)

Ni amor, ni pequeños angelitos capaces de volar y de lanzar flechas para entrelazar el destino de dos tortolitos. El origen del Día de San Valentín poco tiene que ver con lo que, a día de hoy, se celebra el 14 de febrero. Por el contrario, esta fiesta en honor a los enamorados se basa en las Lupercales, un festival de depravación sexo salvaje que se llevaba a cabo en la Antigua Roma con varios objetivos. Entre ellos, lograr que los jóvenes se iniciaran en la sexualidad y perdieran el miedo a mantener relaciones entre sí. La celebración era tan bárbara e imposible de erradicar que la Iglesia se vio obligada a sustituirla por el actual día de los enamorados en el siglo V.
Con todo, esta es solo una de las teorías existentes sobre el origen de San Valentín. Algunas fuentes creen que también se basa en otra fiesta pagana que se quería «cristianizar»: la que se hacía en honor de Juno Februata. El autor John M. Flader afirma en su obra «Tiempos de preguntar. 150 cuestiones sobre la Fe Católica» que, en la Antigua Roma, existía la costumbre de honrar a esta deidad introduciendo los nombres de las jóvenes de la ciudad en una caja. Cada uno de ellos era extraído por un chico y la pareja resultante quedaba unida a nivel sexual. Nuevamente, lo pecaminoso de la celebración hizo que fuera modificada. «Al final, se sustituyeron los nombres de las chicas por los de los santos», afirma el autor.

Lupercales: barbarie y golpes en Roma

Las Lupercales, según la mayoría de los expertos, eran unas fiestas celebradas en la Antigua Roma que incluían varios ritos para que los adolescentes se iniciaran en las relaciones sexuales. Con todo, y según explica el autor Jean-Noël Robert en su obra «Eros romano: sexo y moral en la antigua Roma», el origen de esta celebración ya se consideraba entonces mitológico. «Se trataba de una de las ceremonias más arcaicas, ya que numerosos especialistas coinciden en decir que se remontaba a los tiempos del caos, mucho antes de la fundación de Roma, en la que sin duda se hacían sacrificios humanos», señala.
Oficialmente, la fiesta se celebraba en la misma gruta (la Lupercal) en la que se creía que una loba había amamantado a los fundadores de Roma (Rómulo y Remo) después de que estos hubieran sido abandonados en el río por su familia.
Jóvenes disfrazados de lobo
Jóvenes disfrazados de lobo- Wikimedia
El escritor Carlos Goñi relata en «Una de romanos: un paseo por la historia de Roma», este curioso episodio: «Marte, el flagrante dios de la guerra, amó en secreto a [una joven], quien concibió dos mellizos. Cuando naciero, [el tio de la chica, Atulio] introdujo a los pequeños en una cesta y los expulsó al Tíber, convencido de que morirían. Sin embargo, la cesta vino a parar a un remanso del río. Los niños empezaron a llorar y la loba los descubrió. El animal los amamantó en una gruta al sur del Palatino, llamada Lupercal».
Desde aquella gruta se iniciaban las Lupercales de manos de un sacerdote. Este era el encargado en primer lugar de sacrificar un carnero en honor a Fauno (el dios de la naturaleza). Lo hacía con el mismo cuchillo con el que, posteriormente, embadurnaba la cara de dos «lupercos» o «luperci» (los jóvenes que debían pasar por aquel ritual).

Una vez que habían sido ungidos por el sacerdote, estos dos jóvenes (que casi siempre iban desnudos, o ataviados únicamente con taparrabos fabricados con la piel de los animales sacrificados) salían de la gruta. El ritual no acababa en este punto, sino que iniciaban una
 carrera desquiciada a través de Roma por un itinerario previamente planeado. Un trayecto que llevaban a cabo mientras proferían obscenidades. Mientras corrían, los «lupercos» iban dando latigazos -con una correa fabricada también con los restos del carnero- a todo aquel que, voluntariamente, se ubicaba frente a ellos.«Después, secaba los restos de sangre con vellón de lana mojado en leche; en este punto los dos muchachos debían prorrumpir en risas», explica el autor de «Eros romano». ¿Por qué esta reacción? Al parecer, porque de esta forma emulaban la victoria de la vida sobre la muerte. La «resurrección» por la que, en definitiva, habían pasado los fundadores de la ciudad tras verse abandonados y haber sido recogidos por el animal.
El principal objetivo eran, no obstante, las mujeres en edad de ser madres. «La opinión en que estaban las mujeres era que estos latigazos contribuían a su fecundidad, o a su feliz libertad», se explica en el «Diccionario Universal de Mitología». Las chicas, de hecho, consideraban todo un honor que los «lupercos» les diesen un correazo, pues era una forma de que los dioses les asegurasen un retoño. Los hombres zurrados, por el contrario, entendían que aquellos golpes les purificaban y les permitían entrar «limpios» en el nuevo año (que comenzaba entonces en marzo). Es decir, que llevarse una marca a casa era símbolo de buena suerte.
Lupercales
Lupercales- Wikimedia
A pesar de todo, los autores le atribuyen varios significados a esta fiesta. Robert señala, por ejemplo, que mediante aquella carrera la «ciudad revivía sus primeros momentos, aquellos en que había pasado de la barbarie y el caos a la civilización, a una nueva vida». Otros tantos son partidarios, por el contrario, de que la ceremonia era principalmente un rito de iniciación entre los más jóvenes. El autor Pierre Jacomet es uno de ellos. El escritor afirma en una de sus obras que aquellas eran «ceremonias destinadas a alejar el miedo a la sexualidad, el temor de ser incapaz, el terror a no poder cumplir con el ritual de la fertilidad, que es la cópula, a perder la calidad de ciudadano del mundo».
¿Qué sucedía después de la carrera? Las teorías son varias. Algunos autores como Jon Juaristi explican en «El bosque originario» que las Lupercales podrían incluir «ritos orgiásticos como la prostitución propiciatoria de las pastoras». Robert, por su parte, añade que ese día también se celebraban otros tantos rituales como «el sacrificio de un perro», una invocación a Juno, o un banquete».

La confusión con Juno Februata

Pero San Valentín no solo podría tener su origen en las Lupercales. Como ya se ha señalado anteriormente, también sería posible que se basara en la fiesta que los romanos celebraban en honor de Juno Februata (la diosa de las purificaciones, según se explica en «Panlexico, vocabulario de la fabula»). No obstante, existe cierta controversia en torno a esta festividad. Algunos autores afirman que era una celebración situada el día 14, mientras que otros la ubican el 15 y, algunos más, llegan a señalar que se celebraba entre el 13 y el 15.
La controversia en torno a esta ella es total. Determinados historiadores señalan que realmente se correspondían con las «februales», unas celebraciones que duraban casi medio mes y que se llevaban a cabo en febrero. Las mismas en las que se detenía el culto al resto de divinidades (pues sus templos se cerraban) y, curiosamente, los matrimonios estaban prohibidos.
Los "luperci" dan latigazos a las mujeres
Los "luperci" dan latigazos a las mujeres- ABC
Las teorías sobre cómo se celebraban las fiestas en honor de Juno Februata son también varias. Algunos autores afirman que en ellas se llevaban a cabo sacrificios mientras los presentes portaban antorchas. Otros escritores como Flaver son partidarios de que, en base a las fuentes clásicas, se festejaban de una forma mucho más romántica: «Existía la antigua costumbre de que el 15 de febrero los chicos escribieran los nombres de las chicas en honor de la diosa Juno Februata».
También se cree que, posteriormente, las «papeletas» (por así llamarlas) eran guardadas en una caja y cada joven extraía una. Esa sería su pareja sexual, y con ella llevaría a cabo sus fantasías más perversas. «Para cristianizar dicha costumbre, se sustituyeron los nombres de las chicas por los de los santos», completa el experto. El historiador del XVIII Alban Butler es en quien se basa principalmente este experto, el cual es secundado por otros posteriores como Jack Oruch.

Cristianización

La brutalidad de las Lupercales, así como la necesidad de cristianizar la fiesta ante la imposibilidad de que la olvidasen los ciudadanos, provocó que -allá por el siglo V- la Iglesia tomara cartas en el asunto. Así lo afirma el periodista e historiador Jesús Hernández (autor del blog «¡Es la guerra!») en su obra homónima: «La fiesta de San Valentín fue instaurada en el año 498 por el papa Gelasio I, probablemente en un intento de eliminar la efeméride pagana de las Lupercales, que se celebraban el 15 de febrero. Un festejo relacionado con el amor y la reproducción».
En palabras de este autor, se eligió sustituirla por San Valentín en base a que este religioso desafió a Roma en el siglo III en nombre del amor. Por entonces, el emperador romano Claudio II Gótico (214-270 d.C.) consideraba que «los soldados que estaban casados pecaban de conservadores en el campo de batalla, en unos momentos en los que las fronteras se veían acosadas por alamanes y vándalos».
«San Valentín era entonces el obispo de la ciudad de Iteramna (hoy Terni, en Italia), y se avenía a celebrar en secreto las bodas de aquellos soldados que no querían cumplir esa orden del emperador», añade Hernández.El político, que de tonto no tenía un pelo, decidió que lo mejor para que sus legionarios se dejasen la vida y derrochasen valor en el frente era prohibirles contraer matrimonio. Si nadie les esperaba en su hogar, no tendrían reparos en batirse a pilum y gladius.
Como era de esperar, al ser descubierto fue apresado por el líder, quien le decapitó el 14 de febrero del año 269. «Se cree que fue enterrado en la Vía Flaminia, a las afueras de Roma, lo que hizo que durante la Edad Media la Puerta Flamina fuese conocida como Puerta de San Valentín», completa el historiador y periodista. En todo caso, la veracidad sobre la biografía del santo hizo que la Iglesia Católica eliminara esta festividad del calendario en el año 1969.

«Añade la leyenda que la víspera de la ejecución, Valentino envió una última nota a la niña pidiéndole que se mantuviera en la fe. La nota iba firmada: “de tu Valentino”. Al día siguiente, 14 de febrero, Valentino fue ejecutado. Sus restos se conservan en la Basílica de su mismo nombre, en Terni, donde cada año, el 14 de febrero, las parejas que van a casarse celebran un acto en honor del Santo», se señala en el informe.Con todo, existe otra versión sobre esta historia. Según desvela el dossier «El día de San Valentín» (editado por la Consejería de educación en el Reino Unido e Irlanda), Valentino era, allá por el siglo III, un cristiano que continuó practicando su religión a pesar de la prohibición romana. Sus principios le llevaron a la cárcel, donde uno de los guardias le pidió que diese clases a su hija ciega. Tras varias jornadas a su lado, la pequeña recuperó la vista y se convirtió al cristianismo al entender que era la fe verdadera.

viernes, 10 de febrero de 2017

jueves, 9 de febrero de 2017

El latín, ¿lengua oficial de la UE?


Una de las escenas más pintorescas de Il sorpasso (Dino Risi, 1962) concierne al pasaje en que unos sacerdotes alemanes detienen el Alfa Romeo descapotable donde viajan Vittorio Gassman y Jean-Louis Trintignant. Se les ha averiado su coche, han pinchado, necesitan un gato, pero no saben cómo explicárselo a sus interlocutores. Y es entonces cuando uno de los curas decide hacerlo en latín: “Elevator nobis necesse est”.
Trintignant, que es francés, explica la problemática a Gassman, que es italiano, pero no puede satisfacer la emergencia de los religiosos. Y les responde inequívocamente: “Non habemus gato, desolatus”.
La escena es ilustrativa de la raigambre del latín en la cultura occidental. De su vigencia como argumento de comunicación. Y hasta de su valor identitario en el acervo de continente, más aún ahora que las presiones de Trump y de Putin han estimulado una suerte de reacción y de orgullo.
El inglés predomina sobre las demás lenguas y es la más extendida en los planes escolares. El problema es que identifica también un sabotaje, el sabotaje del Brexit. Y que podría subvertirse, hasta el extremo de convertir el latín en el idioma hegemónico de la Unión Europea. Tolerando incluso expresiones tan macarrónicas como el “desolatus” de Gassman.
La idea, la provocación, proviene de un profesor italiano, Nicola Gardini, y de la popularidad —de la fiebre— que ha adquirido en su propio país un ensayo, un libro, concebido, en realidad, sin las menores ambiciones comerciales.
Las ha conseguido como si la sociedad estuviera reclamando un ejercicio retrospectivo de autoestima hacia una lengua que está demasiado viva para considerarla muerta. La LOMCE española (2013), por ejemplo, la ha rehabilitado como asignatura troncal del bachillerato, pero el latín también representa un vehículo de comunicación extraordinario en el ámbito del derecho, la medicina, la filosofía, la liturgia religiosa, el ejército, la ingeniería, la arquitectura y el lenguaje cotidiano.
Decimos motu proprioquid pro quode factoergoex profeso o in extremis,quizá no demasiado conscientes de que estamos evocando un hito fundacional de la cultura europea cuyo aliento todavía relaciona sobre el asfalto a un cura alemán con un latin lover italiano.
Es el contexto en el que ha resultado providencial la publicación de Viva il latino, storie e bellezza di una lingua inutile. Ocho ediciones lleva la iniciativa de la editorial Garzanti, y el título no requiere de traducción al español, precisamente por la raíz común del idioma. Y porque España fue uno de los territorios más fértiles de la romanización, y también más dotados en la exportación de talentos al imperio. No ya por las figuras de Adriano o Trajano en la nómina de los emperadores, sino por la envergadura de filósofos y escritores que contribuyeron a enriquecer el latín.
Nicola Gardini destaca a Séneca. Y se congratula de la felicidad que nos ha proporcionado el maestro estoico. Tanto en la forma cristalina de su literatura como en los matices conceptuales. Vivir el presente —aunque el carpe diem es de Horacio—, eludir la superstición de la esperanza, disfrutar lo que tenemos mucho más que frustrarnos por aquello que nos falta.
“El latín de Séneca”, escribe Gardini, “es el reflejo directo de su lucidez y de su propensión a la síntesis, va derecho al meollo de las cuestiones, sin complicaciones, sin alzar la voz. Un latín espontáneo. Un latín de quien medita y de quien transforma las ideas en reglas de vida”.
Es el antagonismo perfecto a la retórica ampulosa de Cicerón, aunque Gardini no se la reprocha. Todo lo contrario, le atribuye un valor muy superior al artificio lingüístico. Sostiene que Cicerón dice las cosas adecuadas de la manera adecuada. Y que su oratoria es una ciencia de las emociones, pero también el medio desde el que se desglosa un sistema de valores. “Hablar bien es una filosofía. Escribir bien es una manera de hacer el bien. Y Cicerón lo ha demostrado, exponiendo su propia elocuencia al servicio de una sociedad amenazada por la tiranía. Fue el enemigo jurado de cualquier despotismo y fue un heroico portavoz del Senado. Su arma fue una palabra: libertas” (libertad, si es que la traducción hace falta).
Regresar al latín, a juicio de Gardini, no sería una regresión ni una extravagancia anacrónica, sino un recurso de Europa para reconocerse en su identidad y en el idioma que la ha estructurado en su idiosincrasia civilizadora. Escribir y hablar en latín nos haría buenos, como Cicerón. Y obscenos, como Catulo. Y conmovedores, como Virgilio. Y profundos, como Lucrecio, aunque este monumento de la lengua latina nunca se hubiera engendrado sin la evangelización de Catón (234-149 antes de Cristo) y de Plauto (250-184 antes de Cristo). Sujetaron ellos las columnas del idioma, predispusieron el primer hálito de un prodigio que ha sobrevivido mucho más allá de su tiempo y de su espacio. Lo demuestran las misas pontificias y las patadas que le damos al diccionario latino (de motu propioa grosso modo, el quiz de la cuestión…), tanto como lo hacen la adhesión al idioma en que llegaron a significarse por los siglos de los siglos Patriarca, Milton, Ariosto, Tomás Moro, pero también Rilke, Montale, Beckett, Joyce o Jorge Luis Borges.
“No sin cierta vanagloria, había comenzado en aquel tiempo el estudio metódico del latín”, escribió el sabio argentino. Evoca la frase Gardini al inicio de su ensayo. O habría que decir en el incipit, pues cualquier libro está lleno de expresiones y abreviaciones latinas (circa, sic, op. cit.), como los garbanzos que el profesor italiano nos ha puesto por delante para seguir el camino hacia “la plenitud cultural” y la resistencia ciceroniana.
“Hay que estudiar latín”, concluye Gardini, “no sólo para disfrutar, sino además para educar el espíritu, para darle a las palabras toda la fuerza transformadora que se aloja en ellas”. Y para entenderse con un cura alemán que está tirado con el coche en la carretera. Y decirle: “Desolatus”.

martes, 7 de febrero de 2017

La tercera declinación

  1. tema en consonante: sustantivos imparisílabos (distinto número de sílabas entre el nominativo singular y el genitivo singular: mi-lesmi-li-tis);
  2. tema en -i: sustantivos parisílabos (mismo número de sílabas: ci-vis, ci-vis).

Tema en consonante

El masculino y el femenino se declinan igual.
Los sustantivos neutros son los siguientes:
  • los sustantivos cuyo nominativo del singular termina en -men (cf. griego -μα): carmen, carminisflumen, fluminis, etc.;
  • los sustantivos cuyo nominativo del singular termina en -us y el genitivo del singular termina en -eris-oris o -uris (cf. griego γένος, γένους < γενέσ-ος): vulnus, vulneriscorpus, corporisius, iuris, etc. No hay que confundirlos con sustantivos de la 2.ª o 4.ª, que también puede terminar en -us;
  • los sustantivos de tema en consonante dental (d/t) cuyo nominativo del singular no termina en -scaput, capitiscor, cordislac, lactis, etc.
En las siguientes cuatro tablas, ten en cuenta que el nominativo y el vocativo (y el acusativo neutro) singular no tienen una desinencia propia, sino que cada palabra tiene su propia terminación para esos casos. Por esta razón no hay ninguna desinencia subrayada.

Declinación masculina, aplicable también a femeninos

nom. sg.Homonom. pl.Hominēs
voc. sg.Homovoc. pl.Hominēs
ac. sg.Hominĕmac. pl.Hominēs
gen. sg.Hominĭsgen. pl.Hominŭm
dat. sg.Hominīdat. pl.Hominĭbus
ab. sg.Hominĕab. pl.Hominĭbus

Declinación neutra

nom. sg.Caputnom. pl.Capită
voc. sg.Caputvoc. pl.Capită
ac. sg.Caputac. pl.Capită
gen. sg.Capitĭsgen. pl.Capitŭm
dat. sg.Capitīdat. pl.Capitĭbus
ab. sg.Capitĕab. pl.Capitĭbus



VERBOS


Todos los tiempos de la voz activa, menos el pretérito perfecto del indicativo, utilizan las siguientes desinencias personales:
 1.ª persona del singular: -ō / -m
 2.ª persona del singular: -s
 3.ª persona del singular: -t
 1.ª persona del plural: -mus
2.ª persona del plural: -tis
3.ª persona del plural: -nt


 El enunciado de los verbos consiste en dar las siguientes formas: 

1.ª persona del singular del presente de indicativo,
2.ª persona del singular del presente de indicativo,
Infinitivo de presente,
1.ª persona del singular del pretérito perfecto de indicativo,
Supino.

 Por ejemplo, el enunciado del verbo amo ‘amar’ es el siguiente: amo, amas, amare, amavi, amatum. 
saber la conjugación a la que pertenece un verbo hay que fijarse en la terminación de la 2.ª persona del singular del presente de indicativo y en el infinitivo de presente.

 Conjugaciones:
 1.ª conjugación: -ās, -āre amo, amas, amare, amavi, amatum laudo, laudas, laudare, laudavi, laudatum
2.ª conjugación: -ēs, -ēre moneo, mones, monere, monui, monitum deleo, deles, delere, delevi, deletum
3.ª conjugación: -is, -ĕre duco, ducis, ducere, duxi, ductum mitto, mittis, mittere, misi, missum conjugación mixta: -is, -ĕre, pero 1.ª persona del singular del presente de indicativo en -io capio, capis, capere, cepi, captum facio, facis, facere, feci, factum
 4.ª conjugación: -īs, -īre audio, audis, audire, audivi, auditum venio, venis, venire, veni, ventum