martes, 29 de enero de 2019

El genocidio olvidado del emperador Vespasiano: cuando las legiones arrasaron Jerusalén


La barbarie que las legiones romanas demostraron en el año 70 contra los judíos sublevados en Jerusalén asombró tanto al historiador Flavio Josefo, que este decidió dejar constancia de ella en sus escritos. «No tuvieron matanza más cruel los judíos entre todas cuantas padecieron como esta: porque en una noche abrieron las entrañas de 2.000 hombres». También añadió que los combatientes «dieron saco al templo» de la ciudad y «hurtaron muchas cosas» antes de prenderle fuego. Pero la tragedia quedó ensombrecida por la brutalidad que vendría después. Y es que, Tito Flavio Sabino Vespasiano capturó a los supervivientes, trasladó a muchos hasta la capital y les obligó a levantar el Coliseo.
En total, se calcula que unos 12.000 esclavos participaron en la edificación del monumento más famoso de la ciudad. Aunque la barbarie no quedó en ese punto ya que, poco después de que se finalizara su construcción, muchos de los reos fueron arrojados a las fauces de las bestias de los juegos. Los historiadores judíos han definido este episodio como una humillación sin precedentes para un pueblo que, ya en el año 63 a.C. fue obligado a tributar a Roma como uno de sus estados vasallos. Autores como Juan Pedro Cavero Coll respaldan la teoría de que los emperadores abusaron de los semitas y tilda a estos últimos de «súbditos molestos del Imperio» en su obra «Breve historia de los judíos» (Nowtilus, 2011).
La construcción del Coliseo se sumó a otros tantos destinos igual de terribles. Según el propio Josefo, Tito también sacrificó a más de 2.500 reos en los juegos que celebró tras la destrucción de Jerusalén, y un número indeterminado más meses después durante las fiestas romanas. Otros fueron enviados a las minas de Egipto o, incluso, se vieron obligados a participar en la edificación de todo tipo de obras públicas.

El germen del odio

¿Cómo es posible que el Imperio romano cometiera tal atrocidad? La historia, como me afirmaba hace algunos días un investigador del CSIC, no siempre es blanca o negra. Y este caso es un ejemplo claro. Las raíces del conflicto y de la inquina de los emperadores contra el pueblo semita hay que buscarlas en el 64 d.C., cuando llegó hasta Judea el tiránico procurador Gesio Floro. Su brutalidad pronto hizo aflorar el odio de los habitantes. Al poco, los disturbios se generalizaron y, con ellos, comenzó la turbia relación entre estos dos pueblos.
Al final, el poder de las legiones se hizo valer y, apenas dos años después (en el 66 d.C.), el político aplastó los diferentes alzamientos a golpe de gladius y permitió que sus hombres saquearan los barrios más ricos de la urbe como castigo. Una pésima forma de calmar los ánimos que no logró apaciguar (ni meter el miedo en el cuerpo) a los judíos. Acababa de dar comienzo a una década de muerte.
Tras aquella tropelía, los judíos clamaron justicia ante los superiores de Floro, pero solo obtuvieron el silencio por respuesta. Fue entonces cuando las pequeñas desavenencias derivaron en una auténtica guerra. La revuelta volvió a estallar de manos de Eleazar, capitán de la guardia del templo de Jerusalén. Este guerrero puso en jaque de nuevo a Roma al sitiar con miles de soldados a una cohorte de la legión III Gallica. Por si fuera poco, los ciudadanos apoyaron su alzamiento.
Vespasiano
Vespasiano
Pintaban mal las cosas para el Imperio. Y así quedó claro cuando, tras abandonar la urbe, se hizo recuento de los fallecidos (1.500 legionarios) y del territorio perdido (una buena parte de Judea).
Tal afrenta no fue pasada por alto. Al poco, el gobernador de Siria Cestio Galo tomó las armas y aplastó con fiereza la ciudad de Jotapata. Poco después se plantó ante la mismísima Jerusalén. La urbe, rodeada por tres murallas, desafiaba inmaculada el poder de Roma. Los invasores la sitiaron durante cinco días creyendo que solo era cuestión de tiempo que los defensores se rindieran... Pero no podían estar más equivocados.