viernes, 15 de septiembre de 2017

ADRIANO


Creemos conocer bien a los romanos. Son incontables los libros, las películas y los musicales que se han inspirado en un imperio que en su momento álgido en -117 d. C.- se extendía desde la actual Glasgow, hasta el desierto del Sáhara y desde el Atlántico hasta Basora. Pero ¿cuánto sabemos en realidad? No siempre es fácil determinar la realidad del imperio a partir de las crónicas históricas que han sobrevivido a los siglos, invariablemente partidistas, en función de quién las escribió y, sobre todo, para quién.
Aunque a veces uno tiene la oportunidad de atisbar las verdaderas emociones de los romanos corrientes que vivieron a la sombra de tan extraordinario imperio. Por ejemplo, el descubrimiento de las Tablillas de Vindolanda, en las excavaciones efectuadas en aquel fuerte militar en 1973. Se trataba de un extraordinario archivo de escritos en madera que contenía documentos militares oficiales y cartas personales llenas de detalles cotidianos de la vida en el ejército. Los soldados se quejan del frío y de las enfermedades en ellas; mencionan la recepción de paquetes con calcetines y ropa interior, hablan de invitaciones a fiestas de cumpleaños… Detalles, sin duda, muy parecidos a los que figuran en los correos electrónicos que los soldados envían hoy a sus familiares y que revelan lo poco que han cambiado las cosas en casi 2.000 años. Es más, el norte de Inglaterra y Mesopotamia (la actual Iraq) fueron las fronteras septentrional y oriental del Imperio romano durante el mandato de este misterioso emperador. Adriano, en principio, nos resulta familiar, gracias a la exitosa autobiografía ficticia del personaje escrita por Marguerite Yourcenar, que lo retrata como un excéntrico, amante de la paz y de la civilización griega y más interesado por la arquitectura y los efebos que por la defensa del legado de Roma. Pero ¿hasta qué punto es fiel este retrato? ¿Por qué hoy sigue siendo importante su figura?

De origen hispano, su familia hizo fortuna con el aceite de oliva, pero la muerte de su padre, cuando él tenía diez años, lo arrastró a la vida militar

Hoy se cree que Adriano fue un político y un estratega militar verdaderamente formidable. El político por antonomasia, carente de escrúpulos pero dotado de gran encanto personal, despiadado pero también afectuoso. Hasta cierto punto fue un advenedizo en la cúpula del imperio y, sin embargo, consiguió todo cuanto se propuso. De origen hispanorromano, su familia había hecho fortuna con el comercio de aceite de oliva, el bien más preciado en el Imperio romano. Su padre murió cuando él tenía diez años, por lo que se vio arrastrado a la vida militar. Eso le permitió adquirir conocimiento de primera mano sobre la política, las campañas militares y la administración provincial del imperio. Tras colaborar estrechamente con el emperador Trajano, también de origen hispano, éste lo nombró su sucesor cuando estaba ya en el lecho de muerte.

Fue un político por antonomasia, carente de escrúpulos pero con un gran encanto, y un formidable estratega, tan despiadado como afectuoso

En el plano militar, Adriano había conocido de primera mano las privaciones causadas por las campañas excesivamente ambiciosas de Trajano y los peligros derivados de una desmesurada conquista de territorios no sustentada con el necesario número de tropas. Su primera decisión como emperador fue la de retirar las divisiones romanas de Mesopotamia y restablecer la frontera del Éufrates. En Germania creó toda una marca de fortines amurallados con madera y hierba; en Bretaña hizo construir el muro del Tyne al Solway; y en África del Norte estableció defensas contra los nómadas y los rebaños de cabras que pululaban por el límite septentrional del desierto. Esas fronteras no eran simples estructuras de defensa militar. Eran también símbolos políticos, como sucedía en el caso de la muralla de Adriano que separaba a los britanos romanizados de los que no lo estaban.
El círculo de acero establecido en torno al imperio permitió que Adriano se embarcara en varios proyectos grandiosos. Como emperador, tuvo libertad para explotar su amor por la arquitectura y poner en marcha las obras de varios edificios significativos que hoy forman parte del legado cultural romano. En la capital del imperio hizo construir edificaciones tan memorables como el monumental templo de Venus y el magnífico Panteón, que no sólo representaba la aspiración de Adriano a mantener el imperio unido, sino que también señaló la aparición de un nuevo estilo arquitectónico que a lo largo de los siglos iba a influir en numerosos edificios de todo el mundo. El actual Castel SantAngelo fue originalmente construido como el mausoleo del propio Adriano. A todo esto, el emperador también encargó para sí una residencia tan enorme como suntuosa en Tívoli. Al pasear hoy por las ruinas de la Villa Adriana, uno entiende algo mejor al hombre que la creó y llega a atisbar la forma en que entendía su propio lugar en el mundo. Y fue su celebrado amor por la cultura griega el que inspiró también las variadas obras que impulsó en Atenas.
Las inclinaciones emocionales de Adriano y su pasión por todo lo griego se fundieron en la relación que mantuvo con el joven Antinoo, originario de la actual Turquía. Si bien las fuentes apenas se refieren a ella, esta historia de amor es, sin duda, una de las más legendarias del mundo clásico. La misteriosa muerte de Antinoo en el Nilo originó un culto grecoegipcio al héroe sin parangón en el mundo heleno.
Respecto a la admiración de Adriano por la cultura griega, no hay duda alguna. Pero también había poderosas razones estratégicas que la alimentaban. En su reinado, la población grecoparlante del imperio era numerosísima, por lo que su lealtad era esencial. A Adriano le vino que ni pintada la inmersión en el lenguaje y las tradiciones del mundo griego. Una estatua descubierta en África del Norte resulta muy reveladora en este sentido. Adriano aparece en ella erguido y orgulloso, vestido con toga griega. Reproducida en incontables libros, la estatua fue inmediatamente trasladada al Museo Británico, donde se exhibe como muestra elocuente de la pasión griega de Adriano. Y, sin embargo, se trata de otra muestra de nuestra inexacta comprensión de este complicado personaje. La cabeza, que con toda seguridad es la de Adriano, no termina de encajar con el cuerpo. Las dos piezas fueron ensambladas de forma incorrecta después de su excavación en atención a la leyenda del emperador.
Roma necesitó tres legiones para sofocar la revuelta de los judíos, y Adriano decidió recordarle a Judea que en el imperio estaba vetada la disensión. La revuelta se saldó con la muerte de casi 600.000 judíos. No es de extrañar que el nombre de Adriano aparezca en el Talmud acompañado por la frase: «Que sus huesos se pudran por siempre».

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